¡Proletarios de todos los países, uníos!

RETOMEMOS A MARIATEGUI Y RECONSTITUYAMOS SU PARTIDO

Comité Central
Partido Comunista del Perú
1975

RETOMEMOS A MARIATEGUI Y RECONSTITUYAMOS SU PARTIDO

En el 80º Aniversario del nacimiento de José Carlos Mariátegui y a los 47 años de su fundación, el Partido Comunista rinde homenaje a su gran fundador y guía llamando a su militancia, a la clase obrera y al pueblo de nuestra patria a que, obedeciendo la voz de nuestro tiempo y preparándonos para ocupar nuestro puesto en la historia, ¡RETOMEMOS A MARIATEGUI Y RECONSTITUYAMOS SU PARTIDO!

I. LA LUCHA DE CLASES GENERO EL PENSAMIENTO DE MARIATEGUI

El Pensamiento de Mariátegui, expresión política de la clase obrera peruana, se forjó y desarrolló en la lucha de clases y no al margen de ella; así, para comprenderlo debe ligársele necesariamente a las luchas internacionales y de nuestro país.

La lucha de clases en el mundo.- Mariátegui vivió en la época del imperialismo, según sus palabras, en el período del “capitalismo de los monopolios, del capital financiero, de las guerras imperialistas por el acaparamiento de los mercados y de las fuentes de materias primas”. Vivió, pues, y combatió cuando el capitalismo agoniza y la lucha de clases capacita al proletariado para el asalto del poder a través de la violencia revolucionaria.

De 1914 a 1918 el mundo fue estremecido por la I Guerra Mundial, la “guerra de rapiña imperialista” que, con el apoyo traidor del viejo revisionismo, lanzó a la clase obrera y al pueblo de unas potencias contra otras en beneficio de un reparto del mundo por las potencias imperialistas y sus burguesías monopolistas.

Pero como lo previera Lenin, la guerra incubó la revolución y en 1917 el Partido Bolchevique mediante la insurrección armada derrocó el poder de los zaristas de la vieja Rusia; así, con la Revolución de Octubre se abrió una nueva etapa para la humanidad, la de la construcción del socialismo bajo la dictadura del proletariado dirigida por el Partido Comunista. Cumpliéndose las previsiones científicas de Marx y Engels, el Camino de Octubre sentó normas generales para la emancipación de la clase obrera: la necesidad de un Partido Comunista que dirija la revolución, la necesidad de la violencia revolucionaria para derrumbar el viejo orden establecido y la necesidad de instaurar la dictadura del proletariado para construir el socialismo y marchar a la futura sociedad sin clases. Lo que Marx y Engels enseñaran, el marxismo en una palabra, quedó refrendado como realidad incontrovertible.

La Revolución de Octubre repercutió en todo el mundo. Europa se remeció hasta sus cimientos y el proletariado se lanzó a conquistar el poder; las luchas de Alemania, Italia y Hungría son ejemplos, que el mismo Mariátegui divulgó en “Historia de la Crisis Mundial”, pero si bien las masas estaban maduras para la revolución faltaron los partidos comunistas indispensables para su conducción y se generó el fascismo. La repercusión no fue solamente europea, la Revolución de Octubre impulsó el movimiento colonial antiimperialista; Oriente entró en convulsión constituyendo la Revolución China “el signo más extenso y profundo del despertar de Asia”. Nuestra propia América desarrolló lucha antiimperialista y la clase obrera alcanzando madurez generó sus propios partidos comunistas y adquirió peso político.

En lo ideológico, se acentuó la crisis del pensamiento burgués mientras, dentro del movimiento obrero mundial, el oportunismo revisionista fue barrido, el sindicalismo revolucionario superado y el marxismo ingresaba a una nueva etapa, la del marxismo-leninismo.

Este proceso lo vivió Mariátegui directamente como combatiente de la clase obrera, y siguió y analizó la lucha de clases mundial como contexto indispensable para comprender la revolución en nuestra patria; su certera visión está en las siguientes palabras: “La lucha de clases llena el primer plano de la crisis mundial”; “los acontecimientos dominantes del último cuarto de siglo han rebasado todos los límites. Su escenario ha estado en los cinco continentes”; “La dictadura del proletariado, por ende no es una dictadura de partido sino una dictadura de clase, una dictadura de la clase trabajadora”; “el marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo”.

Desarrollo y lucha de clases en la sociedad peruana.- Desde 1895 se desarrolló la industria moderna en el Perú rematando en la década del 20, década que marca el impulso del capitalismo burocrático bajo dominio yanqui. Esta industrialización se produce en una sociedad semifeudal cuya economía se desenvuelve cada vez más sometida al imperialismo norteamericano que desplaza el dominio inglés. Así el capitalismo burocrático implica el desarrollo de nuestra condición semicolonial y signa todo el desenvolvimiento de la sociedad peruana, y su comprensión es indispensable para interpretar la lucha de clases en el Perú del siglo XX.

En el marco anterior, el proletariado peruano creció pero no sólo numéricamente; el desarrollo de la minería, textilería y otras ramas de producción fabril le dieron una definida y cada vez más importante ubicación; en síntesis, implicó la aparición de una nueva clase y una meta precisa. Nuestro proletariado combatiendo desde sus albores por aumento salarial, reducción de la jornada de trabajo y demás reivindicaciones generó un movimiento obrero que bajo la línea sindical de clase creó sindicatos en lucha contra el anarco-sindicalismo hasta culminar en la construcción de la Confederación General de Trabajadores del Perú, tarea precisamente rematada bajo la conducción de Mariátegui. Más aún, la lucha de la clase obrera determinó la fundación de su Partido, también por obra y acción de Mariátegui; así el proletariado peruano devino clase mayor de edad conformándose como partido político independiente y teniendo como meta la “emancipación económica de la clase obrera” inicia una nueva etapa en el país, la de la revolución democrático nacional dirigida por el proletariado a través de su Partido.

El campesino, prosiguiendo sus viejas luchas, combatió también denodadamente por “la tierra para quien la trabaja”; defendió sus tierras contra la usurpación de los terratenientes feudales y las empresas monopolistas y su lucha, reiterada y tenaz, se enfrentó a la “respuesta marcial” del Estado peruano y sus instrumentos represivos; testigos de su combatividad son las grandes acciones de las dos primeras décadas de este siglo, las de Puno en particular. La pequeña burguesía, los empleados y estudiantes por ejemplo, también combatieron contra sus enemigos; la lucha reivindicativa y la organización de los empleados, como la reforma universitaria, son muestras palpables de la amplia lucha popular.

En el campo político de los explotadores el civilismo leguiísta, expresión de la “burguesía mercantil” al servicio del imperialismo yanqui, asumió el poder y convirtiéndose en eje del proceso económico desplazó a la “aristocracia terrateniente” más estrechamente ligada a Inglaterra. El leguiísmo implicó la remodelación de la sociedad y la política peruanas según moldes demoliberales, como puede verse en el ordenamiento constitucional y en la legislación, p.e. en la ley educacional de 1920 y demás medidas. Así, la burguesía peruana cuyo impulso se registró a mediados del XIX devino burguesía compradora y eje del proceso social peruano y cabeza directriz de las clases explotadoras del país.

Lo anterior se reflejó en el campo ideológico. Por un lado, la burguesía civilista golpeó el sistema de ideas de los civilistas terratenientes, una de cuyas expresiones es la disputa Villarán-Deustua en el terreno educacional a comienzos de siglo; crítica que fue siempre moderada y tibia así como propagandizadora de las excelencias del modelo norteamericano. Pero mientras esto se daba en el campo de los explotadores, en el seno del pueblo y por acción de la clase obrera principalmente, fue madurando un sistema de ideas democrático que poco a poco cuajó como comprensión de nuestra sociedad desde la posición del proletariado, precisamente a través de la teoría y la práctica de José Carlos Mariátegui, quien reflejó y sistematizó todos estos treinta y tantos años de la vida peruana y pudo hacerlo por su directa y ardorosa participación en la lucha se clases.

El Pensamiento de Mariátegui expresión política de la clase obrera peruana.- La vida de Mariátegui tiene un claro y preciso derrotero de hombre de nuevo tipo, de “pensante y operante”, de una vida que maduró más que cambió, como él mismo decía, de “una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano”. En sus 35 años de existencia, en 1918 “nauseado de política criolla me orienté, dice, resueltamente hacia el socialismo” combatiendo por la clase obrera; y, vuelto de Europa donde, al contrario de muchos, se sintió e hizo más peruano, trabajó denodadamente propagandizando el marxismo-leninismo, organizando a las masas, obreras y campesinas especialmente y remató su obra fundando el Partido Comunista.

José Carlos Mariátegui fue combatiente de la clase obrera, gran protagonista del proletariado peruano que en la teoría y en la práctica, con la palabra y la acción creció y se desarrolló en el fragor de la lucha de clases, principalmente de nuestra patria; un militante del proletariado que adherido firmemente al marxismo y fundiéndolo con las condiciones concretas de nuestro proceso revolucionario devino en remate y síntesis de la lucha de la clase obrera peruana, en expresión política del proletariado en nuestra patria, en sistematizador de más de 30 años de la lucha de clases de nuestra clase obrera y de nuestro pueblo.

En pocas palabras Mariátegui es producto de la lucha de clases, principalmente de la librada por el proletariado del cual es su más alta expresión política.

II. MARIATEGUI MARXISTA-LENINISTA “CONVICTO Y CONFESO”

Hace más de 30 años los enemigos apuntaron a negar la posición marxista-leninista de Mariátegui y esta campaña ha arreciado en la parte final de los años 60 y hoy se la sigue impulsando abierta o solapadamente. Negarle su condición de marxista es quitarle todo fundamento a su obra y acción y busca socavar la lucha del proletariado, destruir su Partido y frenar la revolución. De ahí que es importante el problema político, reafirmar y dejar en claro, nuevamente, la posición marxista-leninista de Mariátegui, quien, recordemos, se declaró tal “convicto y confeso”.

¿Cómo dar respuesta a sus impugnadores? El camino es uno y conocido: ver la posición de Mariátegui en filosofía marxista, economía política y socialismo científico; es decir, recordar sus tesis sobre las tres partes del marxismo pues viendo claramente su posición en estas cuestiones básicas se comprenderá el basamento marxista del fundador del Partido Comunista.

Mariátegui y la filosofía marxista.- Parte de que toda sociedad genera su filosofía; en sus palabras: “cada civilización tiene su propia intuición del mundo, una propia filosofía, una propia actitud mental que constituye su esencia, su ánima… las ideas brotan de la realidad e influyen luego sobre ésta, modificándola”. Así, la filosofía es producto social, no puede entenderse al margen de una base material que la genera pero, también, reactúa sobre aquélla. Concibe que el proceso filosófico enfrenta materialismo o idealismo y resalta el fundamento materialista de Marx y, por ende, la base materialista que sustenta al marxismo. Pero esto no es todo, para Mariátegui, como para los clásicos, la filosofía tiene un carácter de clase, es un instrumento de la lucha de clases para la conquista del poder o la defensa del conquistado. Más aún, concibe que la filosofía sigue el derrotero de la clase que la genera; así, la filosofía burguesa sigue necesariamente el camino y desarrollo de la burguesía. Y, en concreto, para él la filosofía es producto de la práctica social.

Considera la filosofía marxista como producto de un largo desarrollo, como remate ligado a la filosofía clásica alemana, particularmente a Hegel; señalando precisamente: “pero esta filiación no importa ninguna servidumbre del marxismo a Hegel ni a su filosofía que, según la célebre frase, Marx puso de pie… La concepción materialista de Marx nace, dialécticamente, como antítesis de la concepción idealista de Hegel”. Más aún reiterando muchas veces el carácter dialéctico de la filosofía marxista, incide en lo medular de la dialéctica como unidad y lucha de contrarios sin caer en deslices mecanicistas estableciendo nítidamente, por ejemplo, al tratar la relación entre base y superestructura, que el que una u otra sea el aspecto principal depende de las condiciones concretas. El uso sagaz de la dialéctica es, precisamente, una de las notas de la teoría y la práctica de Mariátegui.

Particularmente importante es su posición frente al materialismo histórico al que, por el desarrollo científico que implica, considera como “un método de interpretación histórica de la sociedad actual”; y, clave es su planteamiento que concibe a la base, al sustento de toda sociedad, como un conjunto de relaciones sociales de producción y a la superestuctura como integrada por instituciones y organizaciones, esto es por un ordenamiento jurídico y estatal, superestructura cuyo remate se da en un sistema de ideas. He aquí la certera descripción de base y superestructura que es la del mismo Engels. Al hombre lo considera no como una naturaleza invariable sino como producto de las relaciones sociales y por tanto históricamente generándose en la práctica social, especialmente modelado por la lucha de clases, como lo establece al referirse a la clase obrera. Asimismo establece una unidad indivisible entre determinismo y voluntariedad, y que el hombre estando determinado por las leyes del mundo social en que se desenvuelve, a la vez tiene voluntariedad, una capacidad para actuar como desbrozador de camino en cumplimiento de las leyes necesarias de la historia; de ahí sus expresivas palabras: “la historia quiere que cada cual cumpla, con máxima acción, su propio rol. Y que no haya triunfo sino para los que son capaces de ganarlo con sus propias fuerzas, en inexorable combate”.

Finalmente, hablando de los hombres considera que son lo más preciado que hay sobre la tierra y lo principal en todo proceso económico, y que agrupados en multitudes, en masas, son la gran fuerza de la historia; y que, las masas concretadas en clase obrera se movilizan hacia una meta, hacia un mito moderno, en sus propias palabras: “el proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa”.

¿Estos planteamientos básicos no son, acaso, tesis suscritas por los clásicos del marxismo? ¿Y no son éstos los fundamentos de la posición filosófica de Mariátegui? ¿Y no es esto materialismo dialéctico, no es esto filosofía marxista? En conclusión, Mariátegui se sustentó en la filosofía marxista, a ella llegó por su participación directa en la lucha de clases y sus tesis filosóficas las encontramos, como en todos los grandes marxistas, al enjuiciar y resolver los complejos problemas de la lucha de clases. No encontrará filosofía en Mariátegui quien pretenda hallarla como meditación abstracta o labor academicista, pero sí quien la busque como arma de la lucha de clases utilizada para desentrañar las leyes de nuestra revolución y las políticas que guían a nuestro pueblo.

Mariátegui y la economía política.- Parte de relacionar economía y política. Apunta a establecer las bases económicas, así enseña: “no es posible comprender la realidad peruana sin buscar y mirar el hecho económico”, “el hecho económico encierra, igualmente, la clave de todas las otras fases de la historia de la República” y “la economía no explica, probablemente, la totalidad de un fenómeno y de sus consecuencias. Pero explica sus raíces”. Concibe la economía, las relaciones sociales de explotación, como raíz de los procesos políticos; pero, ve la economía de un país dentro del sistema económico internacional no aisladamente. Desde este punto de vista, analiza la economía en función política para encontrar las leyes que sigue la lucha de clases de un país; labor cumplida especialmente en nuestra patria analizando el derrotero seguido por nuestra economía en la historia, las relaciones de producción agraria, la industrialización y demás términos económicos, todo con un solo fin: establecer las leyes generales de la revolución peruana.

Particular atención mereció a Mariátegui el imperialismo; pero a más de ver su carácter económico resaltó su carácter político reaccionario señalando que llegada “la etapa de los monopolios y del imperialismo, toda la ideología liberal correspondiente a la etapa de la libre concurrencia, ha cesado de ser válida”. Esta gran tesis es idéntica a la planteada por Lenin. Sobre el imperialismo, además, destacó la agudización de las crisis económicas: “Todo induce a creer que en esta época de monopolio, trustificación y capital financiero, las crisis se manifestarán con mayor violencia”; crisis que consideraba inherentes al sistema y no achacables a problemas transitorios, como hoy sería la elevación del precio del petróleo que a lo mucho pueden actuar como detonante. Asimismo, con precisión concibió la pugna interimperialista por la expansión de mercados, decía: “Los grandes Estados capitalistas han entrado, fatal e inevitablemente, en la fase del imperialismo. La lucha por los mercados y las materias primas no les permite fraternizar cristianamente. De modo inexorable, los empuja a la expansión”; y, más aún subrayando la pugna entre potencias: “además de los imperios en acción, existen, pues, los imperios en potencia. Al lado de los imperios viejos, se oponen a la paz del mundo los imperialismos jóvenes. Estos tienen un lenguaje más agresivo y ardoroso que los primeros”. Extraordinarias palabras cuya importancia es mayor si consideramos la actual pugna entre las superpotencias, la imperialista y la socialimperialista, y su cacareada política de desarme y distensión a la luz de estas otras: “La limitación de armamentos navales, discutida en Ginebra puede parecerle a más de un pacifista de viejo tipo un paso hacia el desarme. Pero la experiencia histórica nos prueba en una forma demasiado inolvidable que después de varios pasos como éste, el mundo estará más cerca que nunca de la guerra”. Estas tesis sobre el imperialismo son evidentemente, a más de lúcidas vigentes.

Más aquí no acaban las cuestiones sobre economía. También se ocupó de la economía en los países atrasados; analizó sagazmente la condición semifeudal y semicolonial de los países de América Latina, principalmente del nuestro. Mostró que la industrialización en los países atrasados está atada y es desarrollada en función de las potencias imperialistas, en el caso peruano del imperialismo yanqui. Vio con claridad que a los países atrasados el imperialismo no les consiente desarrollar una economía nacional ni una industrialización independientes; que sobre su base semifeudal se instaura un capitalismo de monopolios, ligado a los terratenientes feudales y que genera una “burguesía mercantil”, una burguesía controlada por el imperialismo del cual es intermediaria succionadora de las riquezas nacionales y de la explotación del pueblo. Y sentó la siguiente tesis que no debemos olvidar, referida a las repúblicas latinoamericanas: “La condición económica de estas Repúblicas es, sin duda, semicolonial; y a medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse este carácter de su economía”. ¿Se han cumplido estas tesis? El más superficial vistazo sobre América comprueba fehacientemente el dominio semicolonial que ejerce el imperialismo yanqui. Por lo demás, las tesis de Mariátegui sobre el capitalismo en los países atrasados deben entenderse en relación con las de Mao Tse-tung, sobre el capitalismo burocrático y apreciarlas teniendo en cuenta las condiciones específicas de América Latina.

Al tratar la economía en los países atrasados, asimismo subrayó los planes imperialistas posteriores a la I Guerra Mundial para descargar sobre ellos sus problemas, impulsando el desarrollo de sus economías atrasadas en función de las necesidades económicas y políticas de las potencias imperialistas. Cabe preguntarse ¿después de la II Guerra Mundial y hoy no estaremos viviendo algo similar? Sin embargo, tengamos presente que tales planes se estrellaron y se estrellarán contra el movimiento nacional, pues, como dijera Mariátegui, con ellos “se trata de reorganizar y ensanchar la explotación económica de los países coloniales, de los países incompletamente evolucionados, de los países primitivos de Africa, Asia, América, Oceanía y de la misma Europa… Se trata de que aquella parte menos civilizada de la humanidad trabaje para la parte más civilizada… Pero su plan de reorganizar científicamente la explotación de los países coloniales, de transformarlos en sus solícitos proveedores de materias primas y en sus solícitos consumidores de artículos manufacturados, tropieza con una dificultad histórica. Esos países coloniales se agitan por conquistar su independencia nacional”. Palabras que los años y la actualidad confirman, hoy más que nunca.

Finalmente, en economía política, recordemos sus tesis sobre cooperativismo: “En la medida en que en un país se entraba el avance del sindicalismo, se entraba también el progreso de la cooperación” y “la cooperativa, dentro de un régimen de libre concurrencia, y aún con cierto favor del Estado, no es contraria sino, por el contrario, útil a las empresas capitalistas”. Preguntémonos ¿puede desarrollarse, como se pretende, un cooperativismo simultáneo con una ofensiva antisindical y, más aún cuando se impulsa un sindicalismo corporativista? ¿puede en la época del imperialismo servir el cooperativismo, dentro de un régimen como el nuestro, de otra cosa que no sea complemento del capitalismo burocrático? A la luz de las ideas transcritas la respuesta es obvia: ¡no!, y tengamos presente que el cooperativismo puede servir a la clase obrera y al pueblo sólo cuando el proletariado tiene el poder en sus manos. Y para concluir este punto, recordemos su enseñanza de que el imperialismo desarrolla crecientemente la intervención del Estado en el proceso económico y que, en representación y defensa de la burguesía, se ve urgido incluso a llevar adelante “nacionalizaciones”; así, la cuestión es ver a quien sirven las nacionalizaciones y esto lo decide qué clase detenta el poder. A la luz de lo dicho ¿a quién sirven las nacionalizaciones del actual gobierno?

Mariátegui y el socialismo científico.- Comienza por deslindar campos entre el viejo reformismo socialdemócrata y el socialismo combatiente, o comunismo, apuntando su diferencia en que los del primero “quieren realizar el socialismo colaborando políticamente con la burguesía” mientras los del segundo, los marxistas, “quieren realizar el socialismo confiscando íntegramente para el proletariado el poder político”. Deslindada la cuestión, toma firmemente la posición de la Internacional Comunista, la de los seguidores de Lenin en quien reconoce a un gran conductor del movimiento comunista internacional, declarándose marxista-leninista.

Otro punto del socialismo científico de importancia para Mariátegui es la crisis de la democracia burguesa cuyos síntomas se percibían desde antes de la I Guerra y cuyas causas ve en “el acrecentamiento y la concentración paralelos del capitalismo y del proletariado”; así el desarrollo del monopolio, característica del imperialismo, y el cuestionamiento del orden burgués por el proletariado son las causas de la crisis de la democracia burguesa. Profundizando el problema destaca que, bajo el régimen burgués la industria se desarrolló extraordinariamente al impulso de la máquina habiendo “surgido enormes empresas industriales” y como las formas políticas y sociales son determinadas por la base que la sustenta concluye: “La expansión de estas nuevas fuerzas productivas no permite la subsistencia de los antiguos moldes políticos. Ha transformado la estructura de las naciones y exige la transformación de la estructura del régimen. La democracia burguesa ha cesado de corresponder a la organización de las fuerzas económicas formidablemente transformadas y acrecentadas. Por esto la democracia está en crisis. La institución típica de la democracia es el parlamento. La crisis de la democracia es una crisis del parlamento”.

He aquí una tesis íntimamente ligada a la de Lenin sobre el carácter reaccionario del imperialismo, sobre ella sustenta Mariátegui su comprensión del fascismo como la reacción política, como fenómeno internacional no solamente italiano ni exclusivo de un país imperialista sino también factible en países atrasados como España, fascismo al cual es típico inculpar “todas las desgracias de la patria a la política y al parlamentarismo”; fascismo como expresión de que “la clase dominante no se siente ya suficientemente defendida por sus instituciones. El parlamento y el sufragio universal le estorban”, como “la reacción que, en todos los pueblos, se organiza al son de una música demagógica y subversiva. (Los fascistas bávaros se titulan ‘socialistas nacionales’. El fascismo usó abundantemente, durante el training tumultuario, una prosa anticapitalista…)”; como “un misticismo reaccionario y nacionalista” que “ha enseñado el camino de la dictadura y de la violencia” con su toma del poder y la represión, uso de la cachiporra y el aceite de ricino pero que, malgrado su duración, “aparece inevitablemente destinado a exasperar la crisis contemporánea, a minar las bases de la sociedad burguesa”.

El fascismo, para Mariátegui, conforme lo enseña en “Biología del Fascismo” de su obra La Escena Contemporánea, es un proceso político que “durante mucho tiempo no quiso calificarse ni funcionar como un partido” cuya composición social es heterogénea y en el cual “la bandera de la patria cubría todos los contrabandos y todos los equívocos doctrinarios y programáticos… Ambicionaban el monopolio del patriotismo”. Pero en cuyo seno, siempre, se desarrollaban “las contradicciones que minaban la unidad fascista”, contradicciones que enfrentaron, primeramente, “en el fascismo dos ánimas y dos mentalidades antitéticas. Una fracción extremista o ultraísta propugnaba la inserción integral de la revolución fascista en el Estatuto del Reino de Italia. El Estado demoliberal debía, a su juicio, ser reemplazado por el Estado fascista. Una fracción revisionista reclamaba en tanto, una rectificación más o menos extensa de la política”; contradicción que al resolverse favorablemente a la primera tendencia no por ello dejó de existir sino que siguió desarrollándose bajo nuevas formas: una tendencia que propugnaba barrer “a todos los adversarios del régimen fascista en una noche de San Bartolomé”, mientras otros “más intelectuales, pero no menos apocalípticos… invitaban al fascismo a liquidar definitivamente al régimen parlamentario”, en tanto que “los teóricos del fascismo integral bosquejan la técnica del Estado fascista que concibe casi como un trust vertical de sindicatos o corporaciones”. Así, el fascismo se nos presenta magistralmente analizando esencialmente hasta en sus contradicciones.

Más aún, en el análisis del fascismo Mariátegui avanza hasta tipificar la “actitud característica de un reformista, de un demócrata, aunque atormentado por una serie de ‘dudas sobre la democracia’ y de inquietudes respecto a la reforma” que tenía el escritor inglés H. G. Wells sobre el régimen de Mussolini: “El fascismo le parece algo así como un cataclismo, más bien que como la consecuencia y el resultado en Italia de la quiebra de la democracia burguesa y de la derrota de la revolución proletaria. Evolucionista convencido, Wells no puede concebir el fascismo, como un fenómeno posible dentro de la lógica de la historia. Tiene que entenderlo como un fenómeno de excepción”. Para el reformismo, como vemos, el fascismo no es la consecuencia de la crisis de la democracia burguesa sino “una excepción”, “un cataclismo” es, como sostienen hoy algunos en nuestra patria, única y exclusivamente el terror en marcha sin ver que es “un fenómeno posible dentro de la lógica de la historia” que tiene sus causas: el desarrollo de los monopolios en el imperialismo y el cuestionamiento de la burguesía por el proletariado. Que nos sirva esta tesis para desechar las concepciones reformistas que sobre el fascismo se difunden y tener una justa y necesaria comprensión de la historia y de la situación actual de nuestro propio país.

Otros problemas del socialismo científico planteados por Mariátegui son el de la revolución violenta, el del papel del proletariado y el del Partido. Sobre ellos sostuvo: “La revolución es la gestación dolorosa, el parto sangriento del presente”, “que el poder se conquista a través de la violencia” y “que se conserva el poder sólo a través de la dictadura”, resaltando así el papel de la violencia revolucionaria; que “el proletariado no ingresa en la historia políticamente sino como clase social; en el instante en que descubre su misión de edificar, con los elementos allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injusto, un orden social superior”, señalando el papel de la clase obrera; y enjuiciando la debilidad política de España que “en Rusia existía, además de una profunda agitación del pueblo un Partido revolucionario, conducido por un genial hombre de acción, de miras claras y netas. Esto es lo que falta presentemente en España… El Partido Comunista, demasiado joven, no constituye aún sino una fuerza de agitación y propaganda”, destacando así la necesidad del Partido del proletariado.

Las tesis que sobre filosofía marxista, economía política y socialismo científico se reseñan ¿son posiciones del marxismo? ¿puede alguien decir que ellas no corresponden a planteamientos sustanciales del marxismo? ¿puede alguien probar que tales posiciones no son las sostenidas, por los clásicos del marxismo-leninismo? Evidentemente las tesis de Mariátegui se basan firme y definidamente en la concepción del proletariado y esto no puede en modo alguno torcerse ni negarse; ¿en qué se basan y qué pretenden quienes niegan la posición marxista de Mariátegui?, simple y llanamente en artificiosos análisis carentes de realidad y sobre todo, huérfanos de una sólida posición de clase, remotamente alejados de nuestra realidad y de la aplicación del marxismo.

La posición del fundador del Partido Comunista frente a la filosofía marxista, a la economía política y al socialismo científico revelan, para un recto y justo pensar político desde la posición de la clase obrera, que se fundamentan en el marxismo-leninismo, mostrando la maduración del pensamiento de Mariátegui en su participación teórica y práctica en la lucha de clases, y que a tal comprensión llegó, además, luchando contra el viejo revisionismo y sus representantes europeos y en contra de sus similares en el país.

III. MARIATEGUI ESTABLECIO LA LINEA POLITICA GENERAL DE LA REVOLUCION PERUANA

¿Qué quiere decir que Mariátegui ha establecido la línea política general de la revolución peruana? En concreto, que ha sentado las leyes generales de la lucha de clases en el país, que ha establecido el camino que sigue la revolución en nuestra patria. Esta afirmación implica su vigencia y encierra necesariamente el Retomar el Camino de Mariátegui para llevar adelante la transformación revolucionaria de nuestra sociedad bajo la dirección de la clase obrera, a través de su vanguardia organizada, única clase que puede cumplir tal papel directriz.

Analicemos este problema tan sustantivo cuanto controvertido abierta o encubiertamente; de la posición que tomemos frente a él depende el destino de nuestra patria.

Carácter de la Sociedad Peruana.- Partamos de las propias palabras del fundador del Partido Comunista:

“El capitalismo se desarrolla en un pueblo semifeudal como el nuestro; en instantes en que, llegado a la etapa de los monopolios y del imperialismo, toda la ideología liberal, correspondiente a la etapa de la libre concurrencia, ha cesado de ser válida. El imperialismo no consiente a ninguno de estos pueblos semicoloniales, que explota como mercados de su capital y sus mercancías y como depósitos de materias primas, un programa económico de nacionalización e industrialismo; los obliga a la especialización, a la monocultura (petróleo, cobre, azúcar, algodón, en el Perú), sufriendo una permanente crisis de artículos manufacturados, crisis que se deriva de esta rígida determinación de la producción nacional, por factores del mercado mundial capitalista”.

En estas palabras que son del punto 3 del Programa del Partido se sienta el carácter semifeudal y semicolonial de nuestra sociedad. La primera, la semifeudalidad, “no debe ser buscada ciertamente en la subsistencia de instituciones y formas políticas o jurídicas del orden feudal. Formalmente el Perú es un Estado republicano y demo-burgués. La feudalidad o semifeudalidad supervive en la estructura de nuestra economía agraria”, sienta Mariátegui. Y ahí hay que buscarla hoy, pese a los años transcurridos, pues se mantiene y desarrollan nuevas modalidades de raíz semifeudal, formas de trabajo gratuito, obligación familiar y salarios diferidos, prestaciones personales, mantención y fusión de viejos latifundios y predominio del gamonalismo, sólo que encubierto bajo nuevas condiciones y rimbombantes palabras. La semifeudalidad duramente atacada en años pasados y devenido verdad aceptada como evidente, pues la propia lucha de clases, con la explotación campesina que tantas veces hemos visto, las medidas agrarias y la acción contrarrevolucionaria desde los años 60, muestra la base semifeudal de la sociedad peruana.

En cuanto a la semicolonialidad Mariátegui sustentó que un país puede ser políticamente independiente mientras su economía sigue controlada por el imperialismo; más aún, sostuvo con certeza que los países sudamericanos, como el nuestro, “políticamente independientes, son económicamente coloniales”. Y esta situación se sigue desenvolviendo; nuestra economía sufre creciente y diversificada penetración imperialista y socialimperialista, directa o indirectamente. La situación semicolonial ha sido cuestionada hace pocos años sosteniéndose, como afirmación, pero sin pruebas, que el Perú ha devenido colonia, pues tal es lo que se afirma cuando se tipifica al país como una “neocolonia”; y, tal afirmación llega al extremo, cuando postulan que somos una “neocolonia”, pero que tenemos al mando “un gobierno reformista burgués”.

El párrafo transcrito plantea que en el Perú se desarrolla el capitalismo, pero un capitalismo sometido al control del imperialismo norteamericano, principalmente, no un capitalismo que permita una economía nacional y una industrialización independiente; sino todo lo contrario, un capitalismo en función de la metrópoli imperialista que no consiente una verdadera economía nacional que sirva a nuestra nación, ni una industrialización independiente, implicando que ambas exigen previamente el quebrantamiento del dominio imperialista. Así, Mariátegui no niega el desarrollo del capitalismo en el país, sino que precisa el tipo de nuestro capitalismo; un capitalismo en un pueblo semifeudal que vive en la época de los monopolios y de la reacción política, un capitalismo que a medida que se desarrolla acentía nuestra condición semicolonial; un capitalismo que engendra una burguesía compradora ligada al imperialismo norteamericano. En síntesis, un capitalismo burocrático desde el punto de vista de Mao Tsetung.

Esta es la comprensión válida y vigente que Mariátegui tuvo del carácter de la sociedad peruana; los Estudioss e investigaciones posteriores sólo han confirmado y precisado las acertadas tesis sustentadas por nuestro fundador.

Las dos etapas de la revolución peruana.- A partir de la condición semifeudal y semicolonial del país, Mariátegui analizó las fuerzas de la revolución sentando, que hay dos clases básicas: el proletariado y el campesinado, que mientras ésta es la fuerza principal por ser mayoría y soportar el peso semifeudal aquella, la clase obrera, es la clase dirigente; más aún, resaltó que sólo con la aparición del proletariado los campesinos podían cumplir su papel: “La doctrina socialista es la única que puede dar un sentido moderno, constructivo a la causa indígena, que, situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado”.

Que al campesinado y al proletariado se une la pequeña burguesía que si bien “ha jugado siempre un papel subsidiario y desorientado en el Perú”, puesta bajo la presión del capitalismo extranjero “parece destinada a asumir, a medida que prosperen su organización y orientación, una actitud nacionalista revolucionaria”. Fuerzas motrices a las que se junta, en ciertas circunstancias y condiciones, la burguesía nacional, que Mariátegui llamara “izquierda burguesa”. Cuatro clases que al unirse apuntan contra los blancos de la revolución: la semifeudalidad y el dominio imperialista.

En dos conocidos párrafos del Programa del Partido Comunista, redactado por el propio fundador, se definen las etapas de la revolución peruana y precisa su carácter:

“La emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las masas proletarias, solidarias con la lucha antiimperialista mundial. Sólo la acción proletaria puede estimular primero y realizar después, las tareas de la revolución democrático-burguesa que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir”.

“Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene, en sus objetivos y su doctrina, revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista”.

He aquí magistralmente condensado el problema de la revolución peruana y sus etapas: la democrático-nacional o democrático-burguesa de nuevo tipo en lenguaje de Mao Tsetung, y la revolución proletaria. Dos etapas, la primera de las cuales vivimos desde 1928, pero que aún no ha sido cumplida ni rematada y la futura, la proletaria; dos etapas ininterrumpidas de un mismo proceso revolucionario, pero que en modo alguno pueden confundirse en su carácter y contenido. Esta gran tesis de Mariátegui ha devenido, luego de amplios debates y luchas verdad fundamental de la comprensión marxista de las leyes de nuestra revolución.

Pero si esto es fundamental lo es más el que la clase obrera y sólo ella, a través de su Partido, es capaz de conducir la revolución democrático-nacional y más aún, que sólo con su preparación y organización en la misma es capaz de desarrollar la segunda etapa, la proletaria; en consecuencia, si la revolución democrático-nacional no es dirigida por la clase obrera en modo alguno podrá cumplirse ni mucho menos construirse el socialismo. Esta es la cuestión sustantiva hoy, pues, la contrarrevolución y el social corporativismo niegan esta gran verdad y afirman que en nuestra patria la fuerza armada está cumpliendo la primera etapa de la revolución y hasta afirman que está sentando las bases del socialismo. Esta cuestión clave diferencia nítidamente a revolucionarios de contrarrevolucionarios: Los primeros, con el marxismo y Mariátegui, sustentan que el proletariado y solo él “puede estimular primero y realizar después las tareas de la revolución democrática-burguesa que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir”. Esta es nuestra posición y enarbolándola debemos combatir las tesis contrarrevolucionarias, apuntando la lanza contra el revisionismo socialcorporativista, negador de Mariátegui y destacamento del socialimperialismo en nuestra patria, que sólo sirve a su colusión y pugna con la superpotencia yanqui por el dominio mundial.

La lucha antifeudal.- El programa de la tierra es básico del país y, en síntesis, es la cuestión de la feudalidad con sus dos elementos: latifundio y servidumbre; de ahí que, como dijera Mariátegui, el problema agrario del Perú es el de la destrucción de la feudalidad cuyas relaciones tiñen toda nuestra sociedad de arriba a abajo, de la base a la superestructura. El motor de las luchas campesinas ha sido y es el problema de la tierra, y que las tres leyes agrarias de la década del 60 no han destruido sus bases lo muestran patentemente las actuales luchas del campesinado.

Al analizar el problema de la tierra, el fundador del Partido resaltó la lucha que enfrenta comunidad y latifundio; mostró su superioridad económica y social, destacando que la comunidad había dado fuerzas a las mayorías campesinas para resistir el asalto usurpador de los terratenientes feudales a lo largo de los siglos, y que encierra gérmenes vivos que servirán al futuro desarrollo socialista. Asimismo, pasando revista al régimen de trabajo agrario destacó la existencia de relaciones feudales de explotación tras aparentes modalidades capitalistas. Estas cuestiones no son pasado, son presente que debemos escudriñar para encontrar la encubierta esencia semifeudal que subyace tras la aparente y propagandizada “destrucción de la feudalidad” por la llamada reforma agraria.

Considerando las luchas del campesinado peruano, incluso latinoamericano, Mariátegui sentó que su bandera es “la tierra para los que la trabajan, expropiada sin indemnización” y que su movilización exige el “armamento de obreros y campesinos para conquistar y defender sus reivindicaciones”. Así, hay que destruir la feudalidad confiscando las tierras y esto sólo pueden conseguirlo los obreros y campesinos armados, pues no hay otra forma de quebrantar la feudalidad, de destruir el latifundio y abolir la servidumbre. No olvidemos que las leyes peruanas vienen normando relaciones agrarias y aboliendo la servidumbre hace más de 150 años con los resultados de mantener la feudalidad subyacente.

En consecuencia, la lucha antifeudal es el motor de la lucha de clases en el campo y es el basamento mismo de nuestra revolución democrático-nacional.

La lucha antiimperialista.- Como las demás naciones de América Latina, la nuestra es una nación en formación. “La están construyendo sobre los inertes estratos indígenas, los aluviones de la civilización occidental”. Así las cosas, “el problema de los indios es el problema de cuatro millones de peruanos. Es el problema de las tres cuartas partes de la población del Perú. Es el problema de la mayoría. Es el problema de la nacionalidad”, examinó Mariátegui. Y agregó: “Una política realmente nacional no puede prescindir del indio, no puede ignorar al indio. El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en formación. La opresión enemista al indio con la civilidad. Lo anula, prácticamente, como elemento de progreso. Los que empobrecen y deprimen al indio, empobrecen y deprimen a la nación… Sin el indio no hay peruanidad posible. Esta verdad debería ser válida, sobre todo, para las personas de ideología meramente burguesa demo-liberal y nacionalista…

Así, el problema del indio es el de las mayorías de las cuales prescinde la política del Estado peruano, de la república en especial, hace más de 150 años; es el problema de actuar al margen del interés de las cuatro quintas partes de la población, decía nuestro fundador, el de mirar y actuar con los ojos puestos en la metrópoli imperialista que por turno nos domina. Profundizando el problema, Mariátegui sentó que el problema del indio es el problema de la tierra; en consecuencia, el problema nacional se basa en el problema de la tierra no pudiendo en modo alguno separarse uno de otro, planteamiento estrictamente acorde con las tesis del marxismo, probado por la práctica de la lucha de clases de nuestras propias masas y expresado, incontrovertiblemente, en el carácter de nuestra revolución.

Sobre esta base el fundador del Partido Comunista analizó las clases y la lucha antiimperialista en nuestro país, y en Latinoamérica en general; partió de que las burguesías latinoamericanas “se sienten lo bastante dueñas del poder político para no preocuparse de la soberanía nacional”, así como solidarias y ligadas con los intereses imperialistas agregando: “Mientras la política imperialista… no se ve obligada a recurrir a la intervención armada, a la ocupación militar contarán absolutamente con la colaboración de las burguesías”. Así quedó esclarecida la relación de la “burguesía mercantil” peruana y su posición frente al imperialismo. Refiriéndose a nuestro país, al tratar el problema del frente único, Mariátegui planteó la posibilidad de unirse “con la izquierda burguesa liberal, dispuesta de verdad a la lucha contra los rezagos de feudalidad y contra la penetración imperialista”, definiendo la posición de lo que hoy llamamos burguesía nacional; y precisó, además, como viéramos, que la pequeña burguesía a medida que aumente el dominio extranjero desarrollará “una actitud nacionalista revolucionaria”.

Por otro lado, arremetiendo contra los apristas que elevaban el antiimperialismo “a la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se basta a sí mismo y que conduce espontáneamente, no sabemos en virtud de qué proceso, al socialismo, a la revolución social” y desenmascarando su tesis de “somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas”, Mariátegui, teniendo en cuenta que sólo el proletariado, unido al campesinado, puede conducir un antiimperialismo consecuente, señaló: “El antiimperialismo, para nosotros, no constituye ya, ni puede constituir por sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder, y remató: “En conclusión, somos antiimperialistas porque somos socialistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias” del mundo.

Así la lucha antifeudal y la antiimperialista se hermanan como dos cuestiones indesligables y como partes integrantes de la revolución democrático-nacional que sólo la clase obrera es capaz de conducir, a condición de establecer la alianza obrero campesina como punto de partida del frente único de la revolución.

El frente único.- Vistos los problemas básicos del carácter de la sociedad y de la revolución y las luchas antifeudales y antiimperialista, surge la cuestión de los instrumentos de la transformación social, de “las tres varitas de la revolución”: el frente único, el problema militar y el Partido.

“Mi actitud, desde mi incorporación en esta vanguardia, ha sido siempre la de factor convencido, la de un propagandista fervoroso del frente único”, escribía Mariátegui con ocasión del 1º de mayo de 1924; partía de que “somos todavía pocos para dividirnos” y que había mucha tarea común para cumplir en servicio de la clase. Consecuente difusor del frente único lo exigía como acción solidaria, concreta y práctica de los que sin confundirse ideológicamente “deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha común contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria y la misma pasión renovadora”; y partiendo de reconocer que “la variedad de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable en esta legión humana que se llama el proletariado”, demandaba: “Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse ante la realidad concreta del día. Que no se estrellen bizantinamente en excomuniones y exconfesiones recíprocas. Que no alejen a las masas de la revolución, con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el viejo orden social, sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes”.

Palabras que hoy resuenan vivas como orden actual exigiendo, como ayer, unirse para cumplir los “deberes históricos” comunes de desarrollar conciencia de clase y sentimiento de clase, sembrar y difundir ideas renovadoras y clasistas, arrancar a los obreros de las falsas instituciones que dicen representarlos; combatir la represión y ofensiva corporativista, defender la organización, la prensa y la tribuna de clase, luchar por las reivindicaciones del campesinado; “deberes históricos” en cuyo cumplimiento “se encontrarán y juntarán nuestros caminos”.

Sobre esta base Mariátegui planteó la conformación del frente antiimperialista y antifeudal que bajo la dirección de la clase obrera, y basado en la alianza obrero-campesina, aglutinase a obreros y campesinos, a la pequeña burguesía y, en ciertas condiciones y circunstancias, a la “izquierda burguesa”, lo que llamamos hoy burguesía nacional. Así, el frente único es un arma fundamental de la revolución democrático-nacional, pero sólo puede desarrollarse basado en la alianza obrero-campesina y dirigido por el proletariado, en modo alguno por la burguesía ni por la pequeña burguesía. En este frente la clase obrera entra en alianza con otras clases, a través de su Partido; “pero, en todo caso, reivindicará para el proletariado la más amplia libertad de crítica, de acción, de prensa y de organización.” He aquí la política de frente único y de independencia política de clase que nunca debe abandonar el Partido.

Mariátegui resaltó, por otro lado, que ante la amenaza revolucionaria la burguesía se une también en frente único “pero sólo provisoriamente, sólo mientras se conjura un asalto decisivo de la revolución. Después cada uno de los grupos de la burguesía trata de recobrar su autonomía… Dentro de la burguesía existen contrastes de ideología y de intereses, contrastes que nada puede suprimir”; así, el bloque burgués necesariamente se rompe por el desarrollo de sus propias contradicciones internas y el desenvolvimiento de la lucha de clases.

Estas tesis probadas por la realidad exigen también la superación del sectarismo que hoy es mal generalizado, tener en cuenta que “las masas reclaman la unidad” y prestar oídos atentos a estas vigentes y perentorias palabras: “Los espíritus nobles, elevados y sinceros de la revolución, perciben y respetan así, por encima de toda barrera teórica, la solidaridad histórica de sus esfuerzos y de sus obras. Pertenecen a los espíritus mezquinos sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas, que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y de los egotismos sectarios”.

Nuestra patria vive hoy una ofensiva corporativista, una ofensiva reaccionaria que como todas las de su tipo usa el engaño político y la represión, según sus necesidades; mientras en el campo del pueblo el sectarismo y el hegemonismo dividen y conspiran contra la acción unitaria y común, cada día más necesaria y urgente. Luchemos por la unificación, hoy más que nunca, pues “una política reaccionaria causará, finalmente la polarización de las izquierdas. Provocará la fusión de todas las fuerzas proletarias. La contraofensiva capitalista hará lo que no ha podido hacer el instinto de las clases trabajadoras: el frente único proletario”. Estamos combatiendo contra un gobierno fascista que lleva adelante un reajuste general corporativo que, tras densa demagogia y su propagandizado “socialismo, humanista, libertario y cristiano”, confunde entendimientos y rinde voluntades y que usando ladinamente la doble táctica reaccionaria, del engaáo político y de la represión, genera bamboleos y acentúa derechismos conciliadores en las propias filas del pueblo. En esta circunstancia adhiramos y apliquemos los siguientes planteamientos de Mariátegui:

“Vivimos en un período de plena beligerancia ideológica. Los hombres que representan una fuerza de renovación no pueden concertarse ni confundirse, ni aún eventual o fortuitamente, con los que representan una fuerza de conservación o de regresión. Los separa un abismo histórico. Hablan un lenguaje diverso y no tienen una intuición común de la historia”.

“Pienso que hay que juntar a los afines, no a los dispares. Que hay que aproximar a los que la historia quiere que estén próximos. Que hay que solidarizar a los que la historia quiere que sean solidarios. Esta me parece la única coordinación posible. La sola inteligencia con un preciso y efectivo sentido histórico”.

Y también: “Soy revolucionario. Pero creo que entre hombres de pensamiento neto y posición definida es fácil entenderse y apreciarse, aún combatiéndose. Sobre todo, combatiéndose. Con el sector político que no me entenderé nunca es el otro: el del reformismo mediocre, el del socialismo domesticado, el de la democracia farisea”.

El problema militar.- Poco se habla de las tesis de Mariátegui sobre el problema militar, más aún se cree que no ha planteado tan importante cuestión; la situación es al revés, a lo largo de sus obras resalta la importancia que Mariátegui dio a la violencia revolucionaria, a la guerra y a la organización militar. Ya desde 1921 escribía: “no hay revolución mesurada, equilibrada, blanda, serena, plácida”; en 1923: “el poder se conquista a través de la violencia… se conserva el poder sólo a través de la dictadura”; en 1925: “mientras la reacción es el instinto de conservación, el estertor agónico del pasado, la revolución es la gestación dolorosa, el parto sangriento del presente”; y en 1927: “si la revolución exige violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la autoridad, por la disciplina. Las acepto, en bloque con todos sus horrores sin reservas cobardes”. La tesis de la violencia revolucionaria es, pues, una constante de su pensamiento, tesis ocultadas por el oportunismo y que como marxistas, debemos enarbolar firme y consecuentemente.

Pero esto no es toda su comprensión de la revolución, a la que precisa y concibe como prolongada: “una revolución no es un golpe de Estado, no es una insurrección, no es una de aquellas cosas que aquí llamamos revolución por uso arbitrario de esta palabra. Una revolución no se cumple sino en muchos años. Con frecuencia tiene períodos alternados de predominio de las fuerzas revolucionarias y de predominio de las fuerzas contrarrevolucionarias. Así como el proceso de una guerra es el proceso de ofensivas y contraofensivas, de victorias y derrotas, mientras uno de los bandos combatientes no capitule definitivamente, mientras no renuncie a la lucha, no está vencido. Su derrota es transitoria; pero no total. Y, conforme a esta interpretación de la historia, la reacción, el terror blanco… no son sino episodios de la lucha de clases… un capítulo ingrato de la revolución”. He aquí la correcta posición marxista ante la lucha de revolución y contrarrevolución, la inalterable confianza en el triunfo necesario de la revolución; he aquí las tesis que nos deben guiar.

Además, Mariátegui establece la relación entre política y guerra, deriva la debilidad del frente militar de la debilidad política y la fortaleza militar, también como producto político; “porque, así en este aspecto de la guerra mundial, como en todos sus otros grandes aspectos, los factores políticos, los factores morales, los factores sicológicos tuvieron mayor trascendencia que los factores militares”. Así la guerra sigue a la política. Comprendió, nuestro fundador, que la revolución genera un ejército de nuevo tipo con tareas propias y diferentes de los ejércitos de los explotadores: “el ejército rojo es un caso nuevo en la historia militar del mundo, es un ejército que siente su papel de ejército revolucionario y que no olvida que su fin es la defensa de la revolución. De su ánimo está excluido, por ende todo sentimiento específica y marcialmente imperialista. Su disciplina, su organización y su estructura son revolucionarias”. He aquí el ejército de nuevo tipo que la revolución genera y que sólo puede darse bajo el absoluto control del Partido, como enseña Mao Tsetung.

Mariátegui, finalmente, prestó atención particular a la revolución mexicana en Latinoamérica y a la revolución china en Asia, en ambas resaltó su carácter democrático-nacional, su fondo agrarista, el papel del campesinado y la participación vital de la clase obrera, a la vez que destacaba la labor contraria del imperialismo y de las burguesías que traicionaban o traficaban con la revolución. Partiendo de la reivindicación básica de “la tierra para quien la trabaja”, planteó el armamento de obreros y campesinos para conquistarla y defenderla, el armamento de las masas campesinas y obreras para llevar adelante la revolución democrático-nacional. Destacó su desenvolvimiento como revolución campesina que avanza desde el campo y que se desenvuelve en “partidas revolucionarias”, en montoneras unidas por la solidaridad de soldados y jefes en “unidad orgánica, por cuyas venas circulaba la misma sangre”; en montoneras unidas a las masas con igual relación solidaria que la existente dentro de ellas: “la misma relación de cuerpo, de clase, existía entre la montonera y las masas obreras y campesinas. Las montoneras eran simplemente la parte más activa, batalladora y dinámica de las masas”. Evidentemente que al escribir Mariátegui estas palabras, sobre las guerrillas soviéticas que en los años 20 lucharon en Siberia contra los reaccionarios pensaba en las montoneras de nuestra patria y las de América Latina; y al hacerlo nos describió y reveló la esencia de la relación entre guerrillas y masas populares, su indesligable unidad, la condición de las guerrillas de ser “la parte más activa, batalladora y dinámica de las masas”, parte integrante de las masas y nunca una acción desligada de ellas.

Estos puntos conforman el pensamiento de Mariátegui sobre el problema militar a más de su tesis básica de que los levantamientos campesinos no pueden triunfar por sí solos y si alguna vez triunfaron fue bajo la dirección burguesa en los viejos tiempos, pero que hoy, en la época del imperialismo, y precisamente en nuestra América, donde “la burguesía no ha sabido ni querido cumplir las tareas de la liquidación de la feudalidad”, donde “descendiente próxima de los colonizadores españoles, le ha sido imposible apropiarse de las reivindicaciones de las masas campesinas”, corresponde al proletariado y sólo al proletariado conducir a las masas campesinas a la destrucción de la feudalidad a través de la guerra prolongada del campo a la ciudad en la revolución democrático-nacional.

El Partido del Proletariado.- “La lucha política exige la creación de un Partido de clase”, dice el punto 3 del Acta de Constitución del PCP. ¿Qué significa esto? Simplemente que la lucha de clases exige del proletariado su organización independiente como partido político, con intereses propios para la consecución de la meta histórica de la clase obrera. Así el partido es consecuencia del desarrollo de la lucha de clases en nuestra patria y de la aparición, desenvolvimiento y madurez de nuestro proletariado; es una necesidad del desarrollo lógico de nuestra historia, de la existencia de las clases, de la existencia de la clase obrera y, por tanto, en modo alguno puede considerársele superado o innecesario sino, por el contrario, es el instrumento principal e indispensable para la toma del poder por la clase obrera y para la construcción de la nueva sociedad peruana, necesaria en tanto hayan clases y mientras la sociedad sin clases no sea una realidad.

El Partido Comunista “es la vanguardia organizada del proletariado, la fuerza política que asume la tarea de su orientación y dirección en la lucha por la realización de sus ideales de clase”, dice su Programa, establecido por el propio Mariátegui; y sobre composición social, la “organización de los obreros y campesinos con carácter netamente clasista constituye el objeto de nuestro esfuerzo y nuestra propaganda, y la base de la lucha”, dice el punto 3 del Acta referida. Así, el Partido Comunista es la vanguardia organizada de la clase obrera peruana, he ahí su precisa delimitación y su adhesión al marxismo-leninismo “método revolucionario de la etapa del imperialismo” que “lo adopta como método de lucha”, como sienta el Programa; mientras que su composición social apunta a incorporar a sus filas a lo mejor del proletariado y del campesinado, principalmente.

Pero el Partido no es ni puede ser un aparato electorero sino una organización para la toma del poder; si bien puede usar las elecciones en ellas no reside su potencia; Mariátegui, analizando la situación alemana, deslindó claramente la situación: “La potencia de un Partido, como lo demuestra este caso, no depende estrictamente de su fuerza electoral y parlamentaria. El sufragio universal puede disminuir su votos en la cámara, sin tocar su influencia política… Al Partido Socialista, que es un Partido de clase, sus ciento cincuenta y tantos votos parlamentarios, sí le bastan para asumir la organización del gabinete, no lo autorizan a excluir de éste a la banca y a la industria, a menos que opte por un camino revolucionario”. Así, para Mariátegui, el Partido no es electorero ni menos puede seguir el “cretinismo parlamentario”, el parlamentarismo es organización política de la burguesía igual que las modalidades corporativas de organización; por tanto, para el Partido, la cuestión es forjarse como “sistema de organizaciones”, como maquinaria de guerra para la conquista del poder mediante la violencia revolucionaria para derrumbar el orden social imperante, pues como nuestro fundador nos recuerda: “la historia nos enseña que todo nuevo Estado social se ha formado sobre las ruinas del Estado social precedente. Y que entre el surgimiento de una y el derrumbamiento del otro ha habido lógicamente, un período intermedio de crisis”.

La fundación del Partido Comunista, repitámoslo, es la culminación de la lucha teórica y práctica de Mariátegui y de su participación directa en la lucha de clases, fue su más grande contribución y servicio al proletariado, cuya combatividad de más de 30 años de nuestra historia contemporánea permitió y sustentó la aparición y desarrollo del PCP. Mariátegui contribuyendo a la construcción de nuestro Partido le dotó de bases ideológico-políticas que las encontramos en el Acta de Constitución, el Programa del Partido, en sus tres tesis fundamentales: Antecedentes y desarrollo de la acción clasista, Punto de Vista Antiimperialista y Esquema del Problema Indígena; así como en toda la obra de Mariátegui en la que destacan Siete Ensayos, Historia de la Crisis Mundial, Peruanicemos el Perú y todas las demás, en cada una de las cuales plantea y resuelve problemas de la lucha revolucionaria. En consecuencia, la obra escrita de Mariátegui debemos entenderla como parte de la construcción y de la fundamentación ideológico-política del Partido.

Su lucha por el Partido la remató José Carlos Mariátegui, nuestro fundador, con sus Tesis de Afiliación a la III Internacional, importante texto que debe recordarse:

“El CC. del Partido adhiere a la III Internacional y acuerda trabajar por obtener esta misma adhesión de los grupos que integran el Partido. La idelogía que adoptamos es la del marxismo militante y revolucionario, doctrina que aceptamos en todos sus aspectos: filosófico, político y económico-social. Los métodos que propugnamos son los del socialismo revolucionario ortodoxo. No sólo que rechazamos, sino que combatimos en todas sus formas los métodos y las tendencias de la socialdemocracia y de la II Internacional”.

“El Partido es un Partido de clase y, por consiguiente, repudia toda tendencia que signifique fusión con las fuerzas y organismos políticos de las otras clases. El Partido reconoce que, dentro de las condiciones nacionales, la realidad nos impondrá la celebración de pactos o alianzas, generalmente con la pequeña burguesía revolucionaria. El Partido podrá formar parte de estas alianzas de carácter revolucionario; pero, en todo caso, reivindicará para el proletariado la más amplia libertad de crítica, de acción, de prensa y de organización”.

He aquí un documento redactado por Mariátegui y presentado por él mismo al Comité Central el 1º de marzo de 1930 y sancionado el día 4 del mismo mes y año; este documento es suficiente para echar por tierra tanta verborrea antipartidaria que no merece tratar hoy.

Finalmente, recordemos que para Mariátegui “los partidos no nacen de un conciliábulo académico” y que el Partido “no es ni puede ser una apacible y unánime academia”; sino que el Partido se forja en medio de la lucha de clases de las masas y avanza en medio de la lucha interna entre dos líneas, de ahí que su historia no puede ser entendida al margen de la línea roja que le imprimiera Mariátegui y su prolongada y zigzagueante lucha contra la línea no proletaria que siempre se ha levantado, abierta o solapadamente, contra el pensamiento de Mariátegui.

La línea de masas.- A lo largo de todo lo expuesto vemos que en el fondo de todos estos planteamientos hay una posición, una línea de masas, cuestión básica del pensamiento de Mariátegui, pero que sin embargo es muy poco conocida. Basta resaltar, aquí, que Mariátegui considera que la presencia de las masas llena la época contemporánea, que las muchedumbres, como él dice, son protagonistas de la escena actual; que las inmensas mayorías cuajadas como clase obrera tienen un mito, una meta, la revolución social, meta que el proletariado enarbola y a la cual marcha con “una fe vehemente y activa”, contrastando con el escepticismo y la decadencia burguesas. Que las masas combaten por “la lucha final” seguras de su triunfo y dice: “La frase del canto de Eugenio Pottier (La Internacional) adquiere un relieve histórico “¡Es la lucha final!”. El proletariado ruso saluda la revolución con este grito ecuménico del proletariado mundial. Grito multitudinario de combate y de esperanza que yo he oído en las calles de Roma, de Milán, de Berlín, de París, de Viena y de Lima. Toda la emoción de una época está en él. Las muchedumbres revolucionarias creen librar la lucha final.”

Las masas, protagonistas de la historia, hoy más que nunca con su fuerza van definiendo la historia mundial y el camino que no encuentran “los profesionales de la inteligencia… lo encontrarán las multitudes”; las masas conformadas por los héroes anónimos, los héroes reales que admiraba Maríategui: “El héroe anónimo de la fábrica, de la mina, del campo; el soldado ignoto de la revolución social”. Masas cuyos intereses son solidarios frente a los intereses contradictorios y concurrentes de los burgueses; masas “que trabajan por crear un orden nuevo” y a las cuales hay que servir e interpretar, pues a los individuos y los jefes se les juzga en función del “acierto con que hayan servido e interpretado a las masas revolucionarias”.

Mas, siempre Mariátegui resalta que las masas en último término son las masas básicas, los obreros y campesinos: “la fuerza de la revolución residió siempre en la alianza de agraristas y laboristas, esto es de las masas obreras y campesinas”, como dice hablando de la revolución mexicana; que frente a ellas el oportunismo se manifiesta en “que confía más en la posibilidad de explotar las contradicciones y rivalidades entre los caudillos que en la posibilidad de llevar a las masas obreras a una política netamente revolucionaria”, y que la lucha mexicana siempre aplastó la contrarrevolución “mediante una gran movilización de las masas revolucionarias -obreras y campesinas-“. Estos y otros planteamientos muestran la definida posición de Mariátegui frente a las masas, en cuyas luchas considera que vive el marxismo: “Marx está vivo en la lucha que por la realización del socialismo libran, en el mundo, innumerables muchedumbres animadas por su doctrina”.

Lo dicho no implica negar la importancia de los jefes en la lucha de clases, jefes cuya dimensión, reiteramos, se mide por la identificación con los intereses de las clases revolucionarias y servicio que le prestan, particularmente al proletariado, clase que genera un nuevo tipo de hombre “pensante y operante”. Refiriéndose a la acción de los revolucionarios, Mariátegui demandaba tener en cuenta la lucha de clases en la mente del hombre: “La decadencia y la revolución que coexisten en el mismo mundo, coexisten también en los mismos individuos. La conciencia… es el circo agonal de una lucha entre los dos espíritus, la comprensión de esta lucha, a veces, casi siempre, escapa… pero finalmente uno de los dos espíritus prevalece. El otro queda estrangulado en la arena”. Mientras hablando del héroe sentaba: “el héroe llega siempre ensangrentado y desgarrado a su meta: sólo a este precio alcanza la plenitud de su heroísmo”, resaltando que la lucha siempre deja huellas; sentenciando finalmente: “Hoy como ayer, no se puede cambiar un orden político sin hombres resueltos a resistir la cárcel o el destierro”; y, “para un revolucionario, una prisión es simplemente un accidente de trabajo”.

La línea de masas de Mariátegui merece nuestra atención, más en estos tiempos cuando el básico problema de las masas se convierte en arena de contienda mayor y creciente cada día. Tengamos en cuenta hoy, más que nunca, lo siguiente: “las masas reclaman la unidad. Las masas quieren fe. Y, por eso, su alma rechaza la voz corrosiva, la voz disolvente y pesimista de los que niegan y los que dudan, y busca la voz optimista y cordial, juvenil y fecunda de los que afirman y de los que creen”.

Otros problemas de la línea de Mariátegui. Todo lo anterior conforma los puntos básicos de la línea política general de Maríategui sobre la revolución peruana; pero no es toda su labor. Además, el fundador del Partido Comunista, desde la posición de la clase obrera y en función de la transformación revolucionaria de nuestra sociedad peruana, sentó líneas políticas específicas para el trabajo sindical, obrero, femenino, juvenil, magisterial e intelectual, y para otros frentes de trabajo. Estas políticas específicas son la base para desarrollar una línea de clase en cada frente del trabajo de masas; también en ellas la cuestión es Retomar el Camino de Mariátegui y desarrollarlo de acuerdo con la circunstancia presente de la lucha de clases.

Mariátegui sentó la línea política general de la revolución peruana. De todo lo expuesto, en esta tercera parte, fluye claramente que Mariátegui sistematizando la experiencia de la lucha de la clase obrera y del pueblo peruano estableció, mediante su participación teórica y práctica directa en la lucha de clases, la línea política general de la revolución peruana, así como las líneas políticas específicas de la línea de clase en los diferentes frentes del trabajo de masas. Todo esto viene a ser el Camino de Mariátegui, el camino de la revolución peruana, las leyes generales de la revolución en nuestro país y de la acción de la clase obrera como clase dirigente para la conquista del poder y la instauración de la dictadura del proletariado que permita construir en nuestra patria una nueva sociedad, el socialismo como transformación revolucionaria hacia la sociedad sin clases, la Sociedad Comunista.

Pero el Camino de Mariátegui tiene un eje: el Partido Comunista, sin él no puede haber revolución ni éxitos verdaderos para el pueblo; el Partido Comunista, la vanguardia organizada del proletariado, es necesario para que la clase obrera dirija, pues solamente ella, mediante su vanguardia, puede dirigir la revolución democrático-nacional y sustentándose en la alianza obrero-campesina rematar la primera etapa de la revolución peruana para, con la dictadura del proletariado, desenvolver la segunda etapa, la de la revolución proletaria.

Así la cuestión decisiva de nuestra revolución hoy más que nunca, es Retomar el Camino de Mariátegui y desarrollarlo en medio de la lucha de clases de las masas de la actualidad para servir a la clase obrera, al pueblo y a la revolución.

IV. RETOMAR A MARIATEGUI Y RECONSTITUIR SU PARTIDO ES SERVIR A LA CLASE OBRERA, AL PUEBLO Y A LA REVOLUCION

El Camino de Mariátegui surgió y se desarrolló en lucha. El Camino de Mariátegui surgió en medio de la lucha de clases contra el orden social existente; hubo de lidiar contra el sistema reaccionario de ideas imperantes y batallar arduamente con el Apra, que negaba la necesidad del Partido del Proletariado. Así la fundación del Partido Comunista fue producto de aguda lucha y marca un hito fundamental en el proceso del Camino de Mariátegui. Mas la lucha que José Carlos Mariátegui librara no sólo se dio fuera de las filas del Partido, también dentro de él combatió por adherirlo al marxismo-leninismo y a la Internacional Comunista.

Bien pronto, casi inmediatamente después de su muerte, se desarrolló toda una línea oportunista que solapadamente comenzó a hablar de “proletarización” y “superación” de Mariátegui; mientras fuera de las filas partidarias la “crítica aprista” tildaba a Mariátegui de “intelectualizado” y “europeizante” con el escondido propósito de negar su línea y destruir su Partido. Con el correr de los años, a inicios de los 40, surge el cuestionamiento del basamento marxista de Mariátegui a la vez que, hipócritamente, le reconocían su gran calidad. Posteriormente Del Prado y compañía a la vez que se llamaban “discípulos de Mariátegui” hacían de éste un “ícono inofensivo” al que envolvían en incienso mientras renunciaban a su Camino. Así se desarrolló un período de negación y cuestionamiento de la línea de Mariátegui, de su Camino; sin embargo, la línea roja de Mariátegui siguió viviendo encarnada en la lucha de las masas obreras y campesinas principalmente y en la mente y acción de los comunistas que llevaron adelante sus banderas y jalonaron la lucha dentro del Partido en la búsqueda del Camino de Mariátegui.

Retomando el Camino de Mariátegui. La década del 60 estremeció el mundo comunista internacional con la lucha entre el marxismo-leninismo y revisionismo, la que repercutió en nuestra patria, principalmente a través de las grandes obras del camarada Mao Tsetung y de la importantísima lucha librada por el Partido Comunista de China junto a otros partidos hermanos. Simultáneamente en nuestra patria los años 60 implicaron la agudización de la lucha de clases y el gran auge del movimiento de masas, particularmente campesinas: el país vivió la profundización del capitalismo burocrático que aún se desenvuelve; los obreros desarrollaron grandes movimientos huelguísticos y acrecentaron su organización sindical; el campesinado llevó adelante espontáneamente, las más de las veces, la conquista de la tierra por sus propias manos y en oleada incontenible la invasión de tierras, para recuperarlas, recorrió nuestro suelo; mientras la pequeña burguesía, en especial maestros y estudiantes, se incorporaba más a las luchas populares. Paralelamente el ordenamiento demoliberal parlamentario entraba en crisis, como en otras partes de América, y sus partidos políticos reaccionarios se ensarzaban en febril pugna por ganar posiciones y cosechar prebendas. Todo esto presentó a la reacción la exigencia de cumplir dos tareas: profundizar el capitalismo burocrático, tomando como palanca económica principal al Estado, y remodelar la sociedad peruana corporativamente para superar la crisis del parlamentarismo burgués. He ahí las condiciones y la causa del surgimiento del actual gobierno fascista y las tareas que le compete cumplir por encargo de las clases explotadoras y el imperialismo que vieron el peligro de cuestionamiento de su orden que encerraba el auge ascensional de las masas y sus luchas un capítulo de las cuales es la lucha guerrillera que dejó importantes lecciones para el futuro del pueblo.

En medio de estas condiciones y lucha agudizada se desenvolvió la acción teórica y práctica de los comunistas, de los marxista-leninistas peruanos, que tomando al pensamiento de Mao Tsetung y sus sabias enseñanzas pugnaron por Retomar el Camino de Mariátegui y Reconstituir su Partido. En enero de 1964 el PCP arrojó de sus filas a la camarilla revisionista de Del Prado y compañía, hecho que marca un hito en el largo camino del Partido; así en la IV Conferencia se dio un paso al adherir al marxismo bajo la guía del pensamiento Mao Tsetung. Otro punto de avance fue la V Conferencia, de noviembre del 65, que centró su atención en la comprensión de nuestra sociedad y su revolución, acercándonos más a la línea de Mariátegui. Otros momentos que jalonaron el Retomar a Mariátegui y Reconstituir el Partido fueron las exitosas luchas que el Partido Comunista libró contra la línea oportunista de derecha disfrazada de izquierda, cuyo remate fue la VI Conferencia, de enero del 69, evento en el cual el Partido sancionó su reconstitución a partir de la Base de Unidad Partidaria, el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung, el pensamiento de Mariátegui y la línea política general, cuya piedra angular es Mariátegui; reconstitución que, como se sancionará, implica reconstituir el Partido para la guerra popular. Así se culminó un largo período de búsqueda de Mariátegui abriéndose la etapa de Retomar el Camino de Mariátegui una de cuyas partes es la Reconstitución del Partido, como cuestión necesaria y decisiva.

Mas la lucha no termina, es constante. El surgimiento del actual gobierno fascista y su programa contrarrevolucionario repercutió en nuestras filas generando una línea liquidacionista, un oportunismo de derecha, que apuntó peligrosamente contra la propia vida del Partido; esta lucha tuvo como hitos el II Pleno del Comité Central que caracterizando la lucha contra el oportunismo liquidacionista llamó a combatirlo, y el III Pleno del CC. “SOBRE LA RECONSTITUCION” que comprobando la derrota liquidacionista sentó las bases políticas, organizativas y del trabajo de masas en función de la reconstitución del Partido. Así, se abrió para el Partido de Mariátegui una cada vez mejor perspectiva en el cumplimiento de su misión histórica. Finalmente, el VI Pleno del Comité Central del PCP bajo la divisa de “RETOMAR PLENAMENTE EL CAMINO DE MARIATEGUI PARA DESARROLLAR EL TRABAJO DE MASAS TOMANDO COMO CENTRO EL PARTIDO” sancionó, oficialmente, el RETOMAR EL CAMINO DE MARIATEGUI como la cuestión decisiva de la Reconstitución, en síntesis como la línea política general en torno a cuya aplicación y desarrollo debemos cumplir la reconstitución del Partido de Mariátegui.

De lo dicho, el Camino de Mariátegui, o sea la línea política general de la revolución peruana surgió y se desarrolló en medio de la lucha de clases y en la lucha de dos líneas dentro del Partido, la línea roja proletaria que Mariátegui le imprimiera y la no proletaria en las diferentes modalidades que ha asumido a lo largo de los años. Así, tres momentos pueden establecerse en su desarrollo: 1) El del surgimiento del Camino de Mariátegui y de la fundación del Partido; 2) El de la búsqueda del Camino de Mariátegui; 3) El de Retomar el Camino de Mariátegui y de la Reconstitución del Partido. Tres momentos que implican más de 40 años de nuestra historia partidaria, de la historia del proletariado peruano y de la historia de la lucha de clases en el Perú contemporáneo.

La Vigencia del Pensamiento de Mariátegui. Vimos que en los años 60 el pensamiento de Mariátegui se va imponiendo cada vez más firmemente; sin embargo en ese período, que vivimos todavía, a la vez que crece el interés, dentro y fuera del país, por Mariátegui se desarrolla también una negación del mismo en dos planos: unos que atacan y niegan el fundamento marxista del pensamiento de Mariátegui y otros que niegan su vigencia. Quienes cuestionan su basamento marxista sostienen que la base ideológica que lo sustenta es el idealismo irracionalista y las concepciones predominantes del pensamiento filosófico occidental, particularmente europeo. Planteadas las tesis de Mariátegui sobre la filosofía marxista, la economía política y el socialismo científico estaría demás analizar esas observaciones; baste reiterar que el carácter marxista del basamento de Mariátegui es suficientemente claro, y señalar que tales impugnadores en el fondo tienen un argumento central: la imposibilidad de que el marxismo se desarrolle en un país con escaso número de obreros. Tal punto de partida encubre una posición mecanicista inaceptable; para que el marxismo apareciera, a nivel mundial, fue necesario el desarrollo de la clase obrera hasta el grado que alcanzó a mediados del siglo XIX en Europa, sobre cuya base material Marx y Engels crearon el marxismo, desde entonces se desenvuelve pujante y difunde por los cinco continentes. Los revolucionarios de los países atrasados, países con inmensas masas campesinas y proporcionalmente reducidas clases obreras, encontraron el marxismo como instrumento guía para su acción y tomando sus principios los fundieron con sus condiciones revolucionarias específicas; así, el marxismo-leninismo se fundió con las condiciones concretas de los movimientos de liberación nacional y sus revoluciones democráticas. Y, en consecuencia, se desarrolló; una muestra incontrovertible es el pensamiento Mao Tsetung que nadie, absolutamente nadie, excepto los renegados revisionistas y socialcorporativistas, puede considerar seriamente sino como marxismo desarrollado.

Pues bien, caso similar es el del fundador del Partido Comunista, Mariátegui también aplicó el marxismo-leninismo a un país semifeudal y semicolonial, más aún, analizó incluso a los similares países latinoamericanos; y, participando directamente en la lucha de clases de nuestra patria, pudo desenvolverse como marxista y aplicar los principios universales en forma creadora, de ahí la similitud de muchas de sus tesis con los planteamientos de Mao Tsetung. Y, remitiéndonos a la prueba de los hechos; los años transcurridos muestran cada vez más fehacientemente la esencia marxista del pensamiento de Mariátegui. Lo que sucede es que, a los poco advertidos, desorienta el lenguaje propio que utiliza al cual no se está acostumbrado, se ignora las condiciones de nuestra América Latina y, lo básico, se parte de posiciones contrarias al marxismo.

Quienes cuestionan la vigencia de Mariátegui alegan que si bien fue marxista y notable pensador sus posiciones han quedado atrás por el transcurso de 40 años. Estos olvidan que los Estudioss e investigaciones posteriores no niegan sino confirman las tesis de Mariátegui; y, lo principal, que no habíendose rematado la revolución democrático-nacional ni mucho menos iniciado la proletaria, el pensamiento de Mariátegui y su Camino, su línea política general de la revolución peruana sigue plenamente vigente como lo demuestra, precisamente, las cuatro décadas transcurridas y más aún la necesidad de Retomar su Camino nacida de las grandes luchas de la década del 60 y de la actual lucha de clases.

Retomar a Mariátegui y Reconstituir su Partido. Al llegar a este punto y visto lo expuesto del pensamiento de Mariátegui, que se concreta políticamente en su Camino de la revolución peruana, lo primero que hay que reiterar es que Mariátegui es expresión política culminante del proletariado peruano; y, por otro lado, que los casi cincuenta años de desarrollo del Camino de Mariátegui demuestran que sus banderas son las de la clase obrera, probadas a lo largo de décadas en las que ha quedado claro que el éxito del proletariado está en asirlas firmemente y llevarlas adelante, mientras su fracaso está en abandonarlas o soslayarlas. Ninguna clase en el Perú ni ningún Partido, que no sea el Partido Comunista, puede mostrar tal experiencia acumulada ni tan altas banderas comprobadas por la lucha de clases.

Así las cosas, la clave es hoy, más que ayer, Retomar el Camino de Mariátegui; lo que implica poner a la clase obrera al mando de la revolución, imprimir la dirección de la única clase consecuentemente revolucionaria al proceso que derrumbará el orden social imperante; implica desarrollar la vanguardia organizada del proletariado, el Partido Comunista, para que cumpla su papel de estado mayor sin el cual no puede haber revolución; implica adherir a Mariátegui como expresión política concentrada de la clase obrera; en síntesis, es luchar por la dirección de la clase obrera en la revolución peruana. Así, Mariátegui deviene bandera del pueblo peruano, base de unidad de los explotados y camino anchuroso y único de nuestra revolución democrático-nacional.

Pero además, lo que es sustantivo, Retomar el Camino de Mariátegui es Reconstituir el Partido Comunista, su Partido; es trabajar por su construcción ideológico-política, desarrollando los fundamentos que le diera su fundador y es, simultáneamente, pugnar por su construcción organizativa reajustando lo orgánico a lo político. Reconstituir el Partido es hoy, en síntesis, impulsar su reconstitución Retomando a Mariátegui y apuntando al desarrollo de la guerra popular.

El Partido Comunista, seguro de su camino y consciente de su meta, en el 80 aniversario de su fundador y el 47 de su fundación iza al tope sus rojas banderas proletarias y declara ante las masas de nuestra patria, ante obreros y campesinos en especial, que, en la presente ofensiva contrarrevolucionaria y en la perspectiva del creciente desarrollo de la lucha de masas, nuestro deber es aprestarnos a la lucha preparándonos en medio de la tempestad de la lucha de clases de las masas bajo la consigna de que RETOMAR A MARIATEGUI Y RECONSTITUIR SU PARTIDO ES SERVIR A LA CLASE OBRERA, AL PUEBLO Y A LA REVOLUCION.

Octubre, 1975

PCP-COMITE CENTRAL